
Por: Concha Pelayo
Dicen y nos cuentan, con una lengua primorosa, las gentes de Zacatecas, que existen dos tipos de personas: los artistas y los difusores de arte. Los primeros crean formas, sueños, palabras, los otros son los proclamadores de ese arte, los que gritan a los demás lo que han visto, lo que han sentido por calles y callejones, plazas y plazuelas, teatros y escenarios. Y dicen la verdad porque el arte es flor estacional y emerge en cada época del año. Y como las flores, el arte en Zacatecas, adoptan los más bellos colores, los más cadenciosos movimientos, dejándose mecer por la brisa o por la arcilla multicolor de la madre tierra.
En el año 300 a.C. se funda la ciudad más grande de la Mesoamérica precolombina y en ella se establece la cultura Teotihuacana.
EN TEOTHIUACAN
El domingo, 29 de abril, muchos mejicanos se habían acercado hasta las ruinas de Teotihuacan porque cuenta la leyenda que “éste es el lugar donde los hombres se hacen dioses o es el lugar de los dioses". Decenas de familias, unidas y fervorosas, ascienden pacientemente hasta alcanzar la cima. Algunos llevan muletas, algunos incluso, de avanzada edad. Quemaba el sol y llovía de repente. Según me contaron, en ese lugar llueve siempre a las cinco de la tarde. Doy fe de ello. Dios sabe bien de la fe de estas gentes, de sus oraciones, de su fervor sin límite.
La mirada se deja llevar con facilidad de los oráculos de piedra y cal a los vendedores ambulantes que ofrecen plata a buen precio. "Te habrán dicho que mi plata es mala pero no es verdad, lo que ocurre es que ellos se llevan comisión si compras donde te indican". "Fíjate, todas las piezas están grabadas con el 925" -parece ser el distintivo que acredita al metal-.
No se equivocaban los vendedores. Sin embargo la dulzura, los buenos modos, la paciencia… y es que a estos pueblos les domina la paciencia. El tiempo es oro porque dan todo su tiempo y el que lo recibe comprende que le están dando lo mejor.
Parece ser que los aztecas vieron en los españoles a su dios, el dios de tez blanca de rostro barbado. Esta fue la razón por la que Moctezuma los recibió amistosamente. Todavía siguen recibiendo a los de tez blanca amistosamente. Con los brazos abiertos. Con sus danzas, con sus esplendorosos frutos. Con sus mariachis.
“Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena.
Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías”.
De "La suave Patria"
Ramón López Velarde
Las cosas se hacen por amor o no se hacen y se escribe, en palabras de mi amiga Guadalupe Dávalos, "para dar cuenta de los instantes en que todo huele a leña..." y yo añado que se escribe por amor, en un acto de amor sin exigencias, en un acto en que se da alma, conscientes de que mientras damos nadie interfiere para consumar el acto.
Confieso que me he dejado conquistar como le ocurriera al navegante Colón por esta tierra de fuego y miel que se me ha prendido en la piel, impregnándome de aromas y sonidos que me eran familiares pero que no habían sido descubiertos.
Viajar también se hace por amor. Y Zacatecas enamora a primera vista. Es como ese amor con el que se ha soñado tantas veces y, de pronto, aparece un día. Y eso es lo que me ha ocurrido con esta monumental ciudad, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Reconocer la propia arquitectura a miles de kilómetros de distancia, la propia lengua, aderezada por una musicalidad que empaña los ojos y escuchar novedosas palabras que la enriquecen todavía más, es un regalo para los sentidos.
América, no lo puedo disimular, era un destino al que yo no había llegado y Zacatecas, en México, ha sido el gran descubrimiento que me ha hecho sentir el orgullo al tomar conciencia de que fueron mis propios ancestros los que construyeran a estas mujeres y a estos hombres confiriéndoles un humanismo y unos valores que han sabido preservar a lo largo de los siglos, mientras que por aquí no hacen más que zozobrar. Valores que se traducen en el respeto a sus mayores, a sus niños; cuando se comunican, cuando se miran y se escuchan, cuando se extiende una mano para solicitar caridad y la otra alimenta la boca del menor que sonríe confiado y feliz. Muchas son las emociones que producen en los españoles estas tierras zacatecanas con pigmentos rojizos y rosados. Muchas son las emociones que traigo conmigo, apenas unas horas de haber regresado.
Volveré a escribir de Zacatecas, de su arte y de su cultura, de su folclore, de sus museos, de sus pirámides donde los hombres se convertían en dioses, de su color, de su calor.



